Club de Lectura

Fer y Ella

De aspecto pausado. Así era Fer, un chico de instituto que no destacaba por su físico sino por su intelecto, y ya se sabe que en esa etapa de la vida mandan los músculos y la belleza. Algunos compañeros le molestaban con burlas y empujoncitos, aunque la mayoría le respetaba porque al fin y al cabo era buena gente. Pero a Fer le compungía no llevarse bien con todo el mundo.

Para mitigar su pequeño desasosiego, Fer escribía sobre juegos imaginarios inspirándose en lo que le ocurría en el instituto: un escupitajo que aterrizó en su jersey, un saludo no devuelto en la escalera… De hecho una vez trató de que sus compañeros jugaran al ‘Suicida’, que consistía en ver quién saltaba desde el escalón más alto. La cosa acabó con su primera visita al despacho del director por ser el autor intelectual de un fémur roto.

Afortunadamente no todo era malo en el instituto, Fer albergaba una pequeña esperanza. Resulta que a él le gustaba ella, una chica de aspecto normal pero de nombre extraño, de esos que se escriben de forma complicada y cuesta aún más trabajo pronunciarlo. Ella tampoco era de las chicas populares, por tanto ahí quizás había alguna posibilidad.

“¿Y si fuera ella?”, se preguntaba cual Alejandro Sanz.

Ella tenía un aspecto alegre, vivo, y le había regalado alguna sonrisa cuando se cruzaban en los pasillos. No estaban en la misma clase aunque sí compartían curso y por consiguiente profesores. “Mira, un tema más para entablar conversación”, pensaba. Pero a Fer le costaba articular palabra cuando la tenía enfrente. Y eso que tenía memorizadas varias conversaciones en función de las respuestas que ella le hubiera dado. ¡Cómo diluye el miedo todo acto ensayado!

La prueba de fuego se le presentó por pura providencia en el lugar más insospechado: el comedor. Estaba Fer con su bandeja de comida buscando un sitio cuando vio que ella tenía un asiento libre a su lado. Fer se puso nervioso y trató de encontrar otro acomodo, pero increíblemente en el comedor había más quinceañeros que en un concierto de Justin Bieber. Ella se percató y tranquilamente le mostró la silla con una sonrisa: “Aquí”. Y esa fue toda la conversación, ya que Fer se dedicó exclusivamente a su plato.

¡Qué oportunidad perdida! Su torpeza incluso se multiplicó a la semana siguiente cuando recibió una trágica noticia por parte de su médico: “Hay que ponerte aparato dental”. ¡El acabose! Fer  ya imaginaba que hasta el más tonto de la clase ganaría adeptos a su costa con la más simple chanza… Si antes reía poco ahora se prometió no hablar hasta que no se lo exigiese un profesor.

El día siguiente lo recordará siempre. Sorprendentemente Fer se despreocupó y nada más bajarse del autobús desplegó una enorme sonrisa con afán de engreimiento, como anunciando una nueva moda de la que él era el único poseedor. Incluso se cruzó con ella, y Fer acertó a levantar la mano para que no hubiera duda de que saludaba exclusivamente a esa alegre sonrisa.

En el comedor aguardaba una segunda oportunidad. Esta vez había sopa de letras, algo infantil para los quinceañeros pero que al menos les tenía entretenidos y hacía que molestasen menos. Fer dejó su bandeja en una mesa cualquiera mostrando sin tapujos su dentadura metalizada y fue al servicio porque se había olvidado de lavarse sus manos. Cuando regresó se encontró un duro mensaje en su sopa: “Amorfo”. Levantó la vista y vio a varias mesas cuchicheando y riendo. Se cabreó y se fue hacia una de ellas a pedir explicaciones, pero una voz le cortó el paso: “¡Espera!”. Fer se dio la vuelta y la vio a ella sentada junto a aquella sopa de letras hirientes, haciéndole gestos de que se aproximara. Cuando Fer se acercó miró al plato y entonces recuperó su mejor sonrisa. Ella le dijo: “Las otras dos letras me las he comido yo”.

Un pensamiento en “Fer y Ella

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