Martes, 19 de noviembre de 2013
Lugar
Asociación Cultural La Bagatela, Buenavista 16, Madrid
Asistentes
Vito, Marrone, Marian, Magalí, Mitas, María José, Pablo, Delia y Dani
Os paso mis notas desenredadas o reenmarañadas de lo que comentamos el otro día sobre el «amigo» Extranjero, Mersault o M., en adelante. No se pierdan, que hubo mucha miga el martes.
(Imposible contarlo sin incluir mi propia opinión; disculpen, pero la objetividad no existe -ya verán lo que todo el tiempo estamos etiquetando, así que ahí asumo la mayor-. En todo caso, ya se sabe de mi afán corrector incorregible.)
La primera tentación comunitaria fue entresacar los trazos que delinearían al personaje, a raíz de sus actos malhadados, o simplemente malapata.
Precisamente eso es lo que quizás pretende Camus, que entremos a degüello en la culpabilización del personaje, que es el rey absoluto de este relato-novela, y solo porque su comportamiento dista de lo esperable.
Así, nos hace jueces ya desde la primera parte del texto, en la que se exponen «hechos», a los que automáticamente buscamos justificación racional. Y no, no vale el decir que hacía sol. Y eso de haber deseado la muerte de su madre está muy feo. Y lo de casarse sin ganas. Trufadito está el texto, o la vida de este ingrato.
Nos resulta preciso «comprender» al personaje, porque, si no, parece que no avanzamos; no se pueden dejar asì esos hechos desnudos al aire, sin tejer un personaje que los encarne y asì se haga «humano», y lo podamos absorber en una frase: «Ah claro, ni quería a su madre: he ahí el monstruo». Por ahí, hay que leer el «Vigilar y castigar» de Foucault, a ver qué sale.
Asì que ahì vamos, con todo lo que dijimos de èl, como en un linchamiento popular:
– El momento histórico, 1942, parece que la guerra va a durar para siempre. La postura, la de un «pied noir», que ya fue y volvió de París, con la mirada que lo destapa como un lugar sucio, con lugares sombríos y demasiados hombres blancos.
Casi una metáfora de las promesas colonialistas que ya no convencen a aquéllos que, como él, están entre dos mundos, pues ni son parisinos, ni tampoco son árabes – a éstos los distingue todo el tiempo como tales-. Interesante esta mirada adelantada sobre la modernidad, sobre esas costumbres que resultan sucias e ilógicas.
– La decadencia absoluta. El abandono de sí mismo aparente del personaje -«fue el sol», «en otro momento tuve ambición»-, en un estilo que recuerda a Bartleby y su «preferirìa no hacerlo». ¿O quizás es un sabio, que ya ha abandonado ciertas pretensiones de nuestra cultura occidental?
– La desidia, esta falta hasta de ganas de matar y el hecho delictivo en sí, como algo ni premeditado, casi fortuito, anti-heroico.
– La estructura del libro es M. De ahí, la apatía y falta de reacción, aunque no se pueda hablar de falta de apasionamiento, más bien un «no sé» continuado, «iba a decir… pero mejor no», un dejar las cosas correr, por casi no saber cómo funcionan en este mundo, o haber dejado de interesarse por entenderlo. M. no entra en el juego social.
– La culpa. La cosa está inundada de culpa, por ahí Nietzsche y su «Genealogía de la moral», para relacionar. Cómo los actos de Mersault nos parecen infantiles o librados de consecuencias, y siempre nos falta algo, una reacción moral en M., más allá de su disfrute del instante y del mar, que resulta intolerable.
– Fuera de normas. Por contra, lo excitante que resulta que este personaje esté liberado de compromisos sociales: Su manera de hablar sin tapujos de lo que le parecen las cosas, escandaliza falsamente y reconforta. Juego extraño de contradicciones al que nos mueve Albertito.
– Sin artificios. Cuando no hay sentimientos «que uno debería de sentir», pues así lo expresa, sin artificio. Tal cual es el texto, liviano, despojado de alardes y de todo elemento que no sea crucial en la historia y en la manera de contarlo.
– El distanciamiento. Nuevo juego de fondo y forma, pues Camus narra por ojos de M. esa distancia con la que vive su propia vida, y asì nos la entrega, de manera que da igual dejar el libro aparcado un ratito, uno se puede enchufar y desenchufarse de esta historia, porque total…
– Sin las palabras adecuadas. M. no intenta epatar a nadie, ni pertenecer a la mirada social de su época. Y por eso resulta descolocado o desconectado, por no saber hacer uso de su palabra. Nuevo juicio de valor en el que nos hace revolcarnos Camus. A ver si así, con una breve estancia por la prisión, adquiere habilidades comunicativas y se conecta con sus emociones y de paso aprende un poco de moral y podemos identificarnos un poco con él. A ver si abandona este distanciamiento de las cosas tan incómodo.
Como si hablar, o vomitar, aliviase -de nuevo la moral de confesión-, y cambiase en algo los hechos.
– ¿Es humanizable?. De hecho, a raíz del juicio y de la invención de su personaje por parte de los otros, de verse a través de ese otro del que habla la gente, parece que empieza a razonar y eso le hace acercarse a nosotros. Còmo es ese juego de distancias, cómo lo vemos «más humano» cuanto más empieza a reaccionar como nosotros, cuanto menos humanamente lo tratamos.
– El criminal. El juicio con el abogado y el juez que hacen de padre y madre reprobradores y por fin encarnan nuestras ansias. «Lo que me interesa es usted», el criminal y no el acto, así cómo él reconoce sorprendido «el criminal era yo, aunque no me acostumbraba». Total, era cosa del brillo de un cuchillo, otra vez al maldito sol.
Bueno, hasta aquí puedo leer. Ahora no sé en qué quedamos con respecto a los temas estos del personaje, releeré las instrucciones. En todo caso, sean crueles lo justo y necesario.
Disculpen la extensión, aprovechaba una siestita y se alargó (lleva hora y media el Pau, inédito, ya se sabe que su madre lee unas cosas… que producen un sopor en el ambiente…). Menos mal que lo de los 670 era opcional jajajajaja.
Thank you for writing thiis