Al leer estas líneas, todo me empezó a dar vueltas. Mis labios palidecieron y empecé a temblar. El maldito francés miraba con una expresión de modestia forzada, y apartó de mí los ojos, como intentando no ver mi perplejidad. Hubiese sido mejor que empezara a reír a carcajadas.
—Está bien —respondí—, dígale a mademoiselle que esté tranquila. Sin embargo, permítame preguntarle—añadí secamente—, por qué ha tardado tanto en entregarme la nota. En lugar de charlar sobre bagatelas, creo que tendría que haber empezado con esto… si es que ha venido precisamente con este encargo.