Habían pasado más de 3 años desde que Victor escuchó por primera vez las voces. Aparecieron tras el accidente en que murió su esposa y del que aún se sentía responsable. Eran sonidos tímidos y difusos que creyó pasajeros, pero se hicieron cada vez más frecuentes. Lo asaltaban cuando estaba en silencio, por lo que empezó a cambiar de hábitos: escuchar música, frecuentar lugares ruidosos. En casa intentaba pasar el mayor tiempo posible en la cocina. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Y fue allí, en su refugio, anestesiado con los preparativos de un almuerzo de domingo, que no pudo oír los gritos de su hijo pidiendo auxilio, chillidos desesperados desde la piscina que lo devoró con avidez mientras su voz se iba apagando…
Daniela de Filippo
Escrito de 670 caracteres tras “Casa Tomada” de Cortázar, al hilo de una frase