Vivir sin pensar. El entumecimiento de piernas y caderas hizo mucho más difícil el de por sí lastimoso desplazamiento de la cama al aseo. Se quitó el camisón con el zumbido del despertador resonando en sus oídos. Sólo consiguió abrir los ojos en el momento en que se enfrentaba a su cuerpo desnudo en el espejo. Lo había hecho dos noches atrás, aunque no se había permitido pensar en ello. Se puede vivir sin pensar. Se quitó las culotte, descubriéndose un hematoma en la ingle, negro, enorme, delatador. Despertó, buscando el registro que su cuerpo guardaba de aquella noche: más moratones en el cuello, el brazo, un pecho. Había sucedido, sí y no estaba segura de gustarse después de eso.
María José González Bonilla
Escrito de 670 caracteres tras “Casa Tomada” de Cortázar, al hilo de una frase