Los misterios del forastero /Clase cerrada del 11 de noviembre de 2014
Por Teresa.
El martes pasado, once de noviembre de dos mil catorce, en un acogedor rincón del Utopic, se llevó a cabo la esperada clase cerrada a cal y canto hace tiempo por Pablo sobre “El forastero misterioso” de Mark Twain. Asistimos María, Lucely, Mitas, Dani y yo. Además, aunque Marrone no se encontraba con nosotros físicamente, estaba en espíritu, a través de la crítica sobre el libro que había hecho llegar con anterioridad.
Antes de nada es bueno aclarar, que teniendo en cuenta los libros que se suelen tratar en el club, la elección fue sorprendente para algunos, sorpresa que seguramente se vio acrecentada cuando Pablo utilizó como reclamo para la clase la siguiente sentencia utilizada por Ignatius J. Reilly en una carta a Mirna Minkoff:
“Has de recordar que Mark Twain prefería la posición supina en la cama cuando componía esos abortos aburridos y trasnochados que los eruditos contemporáneos intentan demostrar que son importantes. La veneración que se rinde a Mark Twain es una de las raíces de nuestro estancamiento intelectual”.
Pero, aún así, allí estábamos las antes referidas, con el libro leído y deseando descubrir lo que se escondía detrás de la elección. Sin embargo, no empezó Pablo, sino que hicimos ronda dando nuestra opinión. Hubo consenso en que el forastero no nos había embelesado como a los tres protagonistas. Fue Lucely la primera en decir que le había gustado, sobre todo por el fondo de la historia. Le pareció que era un cuento muy profundo, que puede servir de una buena iniciación a la filosofía.
En esto estábamos de acuerdo: el libro puede ser un punto de partida para adentrarse en el a veces arduo mundo de los filósofos. Así que aquí empezamos un debate sobre la edad para la que recomendaríamos su lectura, puesto que a nadie se le escapa que Twain a lo largo de la historia hace afirmaciones muy duras, sirviendo a modo de ejemplo la siguiente:
“El hombre es un museo de enfermedades, un hogar de impurezas; llega hoy y se va mañana; empieza como barro y se marcha como hedor.”
Concluimos que quizá la edad ideal para leer este libro fuera la adolescencia, sobre los 14 ó 15 años, antes quizá fuera muy pronto, y después quizá muy tarde. Aquí Pablo habló de Hesse. Él opina que es otro autor que merece la pena descubrir a esta edad, cuando se es muy, muy joven –porque jóvenes a secas son los que tienen la edad de los que estábamos presentes– y que después ya se podría ir a otro nivel, donde estaría, entre otros, Tomas Mann y su Montaña Mágica.
Llegados a este punto, Pablo trajo a colación el documento con actividades que nos había enviado. En él, entre otras cuestiones igual de interesantes, relaciona “El forastero misterioso” con “El Aleph” de Borges (el forastero lo ha visto todo); reflexiona sobre la tenebrosa Edad Media y sobre la importancia de conocer el pasado de una sociedad para entenderla (como decía Marx); y destaca la preocupación de Twain sobre los castigos (en palabras del Forastero: “cometer crueldades es un monopolio de los que tienen sentido moral, y sólo el hombre causa dolor por el placer de hacerlo”).
Seguimos hablando de las ideas que nos habían llamado la atención del libro. Salió la predeterminación, el relativismo, la crítica al poder eclesiástico, la hipocresía detrás de las cazas de brujas… Nos paramos un poco más en el tratamiento que hace de la risa. Aquí recordamos a Nietzsche y la importancia que este ilustre filósofo otorga a esta acción tan humana, claro ejemplo la invitación de Zaratustra a los hombres superiores a aprender a reír… Además, hablamos del solipsismo, del nihilismo y de la dualidad cuerpo-alma. Aquí salió en el debate Musil, que en línea con Twain, decía que el cuerpo de un hombre es su alma.
A continuación de esta tormenta de conceptos, llegó el momento de leer los 670 que habían traído. Muy interesantes todos ellos. Pablo hizo algunas críticas constructivas e invitó al que quisiera a pulir su texto para compartirlo de nuevo con los demás.
Y ya para terminar, en plan traca final, leímos a Nietzsche (al final de esta entrada copio el texto leído), sus reflexiones sobre la culpa, la mala conciencia y similares, y seguimos reflexionando sobre el tema de la moral.
En fin, parece que, llegados a este punto, el misterio sobre las razones de la elección de Pablo empieza a desvanecerse… Porque puede que tenga razón Theodor Fischer, sí: puede que lo que dice el forastero sea verdad, o al menos lo suficientemente relevante para dar qué pensar.
670’s
Satanás nos da lecciones de humanidad
Un forastero llega a un pueblo de la edad media, y se presenta tranquilamente como Satanás a un grupo de niños. Les embelesa con sus buenas maneras pese a las atrocidades que acomete, basándose en la poca importancia que tiene la vida humana, ya que como el hombre no siente respeto por sus semejantes, no hay problema en matar a algunos o cientos. Satanás afirma que los animales no tienen tanta crueldad como el hombre, y es la raza humana la que debería llevar el calificativo de “bestia”. Un ensayo en forma de novela donde Twain saca a relucir la hipocresía a través de cruentas historias.
Marrone
El forastero misterioso
Daniela
El forastero misterioso
Un extraño forastero, con dotes de prestidigitador, llega ante nosotros bajo la apariencia de gran moralista; pero mediante el más deslumbrante de sus poderes -su ácida y descarnada ironía- pasa revista a todas y cada una de las verdades que siempre se esconden tras la máscara de la (i)realidad. Así pues, merced a su sátira demoledora, este misterioso anticristo caído del cielo arremete frontalmente contra los principios religiosos, la crueldad del género humano, la futilidad de la existencia y la ciega sumisión de las masas. Estupefactos, asistiremos a su truco final, que nos hará replantearnos la concepción de la propia existencia.
M&P
Nietzsche, Genealogía de la moral, Tratado Segundo, “Culpa, mala conciencia y similares”.
5.
Como puede ya esperarse tras lo anteriormente señalado, el representarse esas relaciones contractuales despierta, en todo caso, múltiples sospechas y oposiciones contra la humanidad más antigua, que creó o permitió tales relaciones. Cabalmente es en éstas donde se hacen promesas; cabalmente es en éstas donde se trata de hacer una memoria a quien hace promesas; cabalmente será en ellas, es lícito sospecharlo con malicia, donde habrá un yacimiento de lo duro, de lo cruel, de lo penoso. El deudor, para infundir confianza en su promesa de restitución, para dar una garantía de la seriedad y la santidad de su promesa, para imponer dentro de sí a su conciencia la restitución como un deber, como una obligación, empeña al acreedor, en virtud de un contrato, y para el caso de que no pague, otra cosa que todavía «posee», otra cosa sobre la que todavía tiene poder, por ejemplo su cuerpo, o su mujer, o su libertad, o también su vida (o, bajo determinados presupuestos religiosos, incluso su bienaventuranza, la salvación de su alma, y, en última instancia, hasta la paz en el sepulcro; así ocurría en Egipto, donde ni siquiera en el sepulcro encontraba el cadáver del deudor reposo ante el acreedor, -de todos modos, precisamente entre los egipcios ese reposo tenía también cierta importancia). Pero muy principalmente el acreedor podía irrogar al cuerpo del deudor todo tipo de afrentas y de torturas, por ejemplo cortar de él tanto como pareciese adecuado a la magnitud de la deuda: -y basándose en este punto de vista, muy pronto y en todas partes hubo tasaciones precisas, que en parte se extendían horriblemente hasta los detalles más nimios, tasaciones, legalmente establecidas, de cada uno de los miembros y partes del cuerpo. Yo considero ya como un progreso, como prueba de una concepción jurídica más libre, más amplia en sus cálculos, más romana, el que la legislación romana de las Doce Tablas estableciese que resultaba indiferente el que los acreedores cortasen un poco más o un poco menos en tales casos, si plus minusve secuerunt, ne fraude esto [corten más o menos, no sea fraude]. Aclarémonos la lógica de toda esta forma de compensación: es bastante extraña. La equivalencia viene dada por el hecho de que, en lugar de una ventaja directamente equilibrada con el perjuicio (es decir, en lugar de una compensación en dinero, tierra, posesiones de alguna especie), al acreedor se le concede, como restitución y compensación, una especie de sentimiento de bienestar, -el sentimiento de bienestar del hombre a quien le es lícito descargar su poder, sin ningún escrúpulo, sobre un impotente, la voluptuosidad de «faire le mal pour le plaisir de le faire» [de hacer el mal por el placer de hacerlo], el goce causado por la violentación: goce que es estimado tanto más cuanto más hondo y bajo es el nivel en que el acreedor se encuentra en el orden de la sociedad, y que fácilmente puede presentársele como un sabrosísimo bocado, más aún, como gusto anticipado de un rango más alto. Por medio de la «pena» infligida al deudor, el acreedor participa de un derecho de señores: por fin llega también él una vez a experimentar el exaltador sentimiento de serle lícito despreciar y maltratar a un ser como a un «inferior» -o, al menos, en el caso de que la auténtica potestad punitiva, la aplicación de la pena, haya pasado ya a la «autoridad», el verlo despreciado y maltratado. La compensación consiste, pues, en una remisión y en un derecho a la crueldad.