Notas a la charla impartida por Leila Nachawati el martes 21 de junio en el Club de Lectura con motivo de la presentación de su libro Cuando la revolución termine (Turpial).
Cuando la revolución termine se publicó en 2015 en Turpial. La intención inicial era dar cuenta de la cotidianidad siria como medio para contextualizar el conflicto, pero finalmente este narrar la forma de vida de los sirios acabó revelándose como un fin en sí mismo. Para la autora, la clave es aportar una determinada cercanía que logre generar la empatía necesaria en el lector, sin llegar al cliché, respetando el punto medio. Hablando más generalmente, el libro también es un homenaje al año 2011 y a las primaveras árabes, es decir, a aquellos momentos en los que los árabes se ilusionaron realmente por cambiar el mundo. Muestra de esto es que el origen de la obra se pueda rastrear hasta la detención de un amigo activista, padrino de internet en Bahrein; poco después, mientras en el resto de países comenzaban las primaveras, Siria era una república hereditaria, que ya había sufrido una desilusión en el año 2000, con la Primavera de Damasco, en la que el régimen fingió un leve aperturismo en el momento de la toma de poder de Bashar Al-Assad. Así las cosas, en el año 2011 los sirios ya no aguantaban más. En este contexto político interno, DAESH es una consecuencia de la misma dictadura de Al-Assad, pues trata de ocupar el vacío de legitimidad que solo dejaría un régimen de este estilo. Como punto final, la autora aboga por una unión árabe que se verifique realmente, más allá de donde ha llegado la Liga Árabe, para que estos pueblos puedan defender sus intereses de su gente en bloque.
El pasado reciente de Siria consiste en un agujero mediático de cincuenta años. Nadie se enteró, por ejemplo, de la masacre de Hama en 1982, que se convirtió después en ciudad tabú. El sistema educativo, por aquellos tiempos, seguía el modelo norcoreano en un intento por integrarse en el llamado eje antimperialista. De este modo, la sociedad se dividía entre un ámbito público donde se repetían los eslóganes con los que los educadores políticos adoctrinaban a la población y un ámbito privado, donde triunfaba el miedo a que los comentarios trascendiesen las paredes del hogar. La sucesión de un dictador a otro, su hijo, no trajo más que la inserción en el sistema neoliberal y la subsiguiente generalización de la miseria.
El conflicto actual se interpreta olvidando toda la larga serie de tensiones internas que lo han ido fundamentando a nivel de base y que hunden sus raíces en este pasado desconocido a los ojos de Occidente. Se habla mucho de un choque EEUU-Rusia, o Irán-Arabia Saudí, se instrumentalizan las cuestiones religiosas, y se focaliza el interés geoestratégico de Siria, sin llegar a hablar de los sirios y de la larga y sangrienta dictadura que llevan décadas sufriendo. Esta condición se integra en el lugar común de que los pueblos árabes están sometidos por ellos mismos a una dicotomía entre la dictadura del tipo DAESH y la del tipo Al-Assad, y esto impide que se profundice en la necesidad de mejorar las condiciones de vida en estos territorios. Por otra parte, el conflicto sirio está siendo, sin duda, el más mediado y mediatizado de la historia; sin embargo, no se ha explicado a la ciudadanía, solo se la ha bombardeado con imágenes escabrosas totalmente fuera de contexto o incluso sin contrastar, que han impedido llegar a una comprensión adecuada. Como ejemplo de esto, es necesario recordar que a los expertos en Siria solo se les suele requerir con motivo de atentados u otras eventualidades que una vez más alejan el foco de la cuestión siria; pocas veces nuestros partidos políticos buscan en ellos asesoramiento en materia de política exterior.