Un cuento caníbal. Los humanos jamás hemos valorado lo suficiente nuestra capacidad innata de elección, de decidir sobre nuestros actos para evitar las consecuencias y provocar otras nuevas, productos de una combinación distinta entre azar, destino y pensamiento. Jamás, los humanos nos hemos visto en la necesidad de apreciar la libertad porque siempre hemos sido los reyes de la creación, los príncipes del viento y los dictadores del tiempo. La situación actual es un claro ejemplo de que no es mentira, de que la sociedad está enferma y que cualquier utopía puede tornarse en polvo en el camino y que las distopías, pese a su perfección externa, están podridas por dentro.
EL CUENTO DE LA CRIADA
Margaret Atwood
UN CUENTO CANÍBAL
Almudena Anés
“Nadie es libre. Hasta los pájaros están condenados a volar siempre por el mismo cielo”.
Bob Dylan.
Los humanos jamás hemos valorado lo suficiente nuestra capacidad innata de elección, de decidir sobre nuestros actos para evitar las consecuencias y provocar otras nuevas, productos de una combinación distinta entre azar, destino y pensamiento. Jamás, los humanos nos hemos visto en la necesidad de apreciar la libertad porque siempre hemos sido los reyes de la creación, los príncipes del viento y los dictadores del tiempo. La situación actual es un claro ejemplo de que no es mentira, de que la sociedad está enferma y que cualquier utopía puede tornarse en polvo en el camino y que las distopías, pese a su perfección externa, están podridas por dentro.
Atreverse a cambiar la corbata por una camiseta blanca, ponerse pantalones o falda o pintarse la línea del ojo para destacar la mirada. Pequeñas decisiones en las que se basa nuestra libertad individual, ahora imaginaos un mundo en el que nada de esto fuera posible, donde ya todo estuviera predeterminado sin vuestra opinión, siendo una herramienta de unas piezas superiores que no se ven pero se sienten presionando bien fuerte en el pescuezo.
Todo esto y mucho más está en El Cuento de la Criada de Margaret Atwood, donde se habla de esta burbuja de cristal, tan lejana y que parece tan real.
Pensad una dimensión paralela donde el sexo no fuera libre, donde el amor estuviera extinto, donde la reproducción se redujera a una mecanización colectiva, donde se uniformara a la población para reducirla a un mero espejismo de lo que una vez fue, donde hasta el silencio estuviera medido entre dos límites intransferibles. Ahora, cerrad los ojos e inventad ese planeta en el que las mujeres son las que sufren y callan porque no hay más opciones si quieren conservar la vida y una mínima esperanza, un universo en el que los hombres llevan el puñal y pestañean para no mirar.
Antes de adentrarnos de lleno en el libro, sería interesante comentar la figura de la prestigiosa autora canadiense para entender con mayor profundidad el contexto de la obra.
Margaret Atwood es una escritora canadiense nacida en 1939, durante el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, una época convulsa de la historia que se trasluce a lo largo de su adolescencia durante la Guerra Fría y el mundo de ahora, y que marcarían de forma notable toda su obra, sobre todo, la que aquí se analiza. Ha cultivado otros muchos géneros que van desde ser una prolífica poeta a una crítica literaria mordaz pero sincera, donde su faceta de profesora es visible y su activismo contra las injusticias también.
Ingredientes que conforman El Cuento de la Criada, con una estructura temporal basada en los espacios, y donde se plantea como argumento más obvio el de una sociedad futura dentro de un régimen teocrático y dictatorial brutal: la república de Gilead, compuesta por un potente matriarcado destructor del patriarcado previo, los hombres son eliminados por infravalorar y oprimir a las mujeres, organizadas en una serie de estamentos. Las Tías son las adiestradoras de las futuras madres en un mundo donde dar a luz es casi imposible; las Esposas, reinas del tablero de ajedrez junto a la figura de los Comandantes, siempre van vestidas de azul; y las Criadas, ataviadas con largas túnicas rojas que tapan cualquier pequeño atisbo de piel y tienen la función de quedarse embarazadas de los Comandantes mediante un extraño ritual en el que se rozan las fronteras de lo que es una violación, deben tener hijos si quieren sobrevivir. Es en este punto donde se localiza a la protagonista de la historia, Defred, cuyo nombre significa “propiedad de Fred”.
A medida que se avanza, vamos desentramando la historia de una mujer que ve la caída de toda su vida, que vive la pérdida de sus libertades más pequeñas y acaba convirtiéndose en un objeto de usar y tirar, con un final abierto inquietante, no sólo por cómo termina, sino por la posterior disección que se hace del mismo por algunos conferenciantes estudiosos del “período histórico de Gilead”.
Un final que también deja paso a la esperanza, se da a entender que se puede superar un sistema político y religioso de este tipo y que se basa, de forma inconfundible, en muchos gobiernos de Oriente Medio, dejando una pregunta en el aire cuya repuesta da pavor, ¿se podría llegar a los extremos de la novela? La autora no responde, simplemente expone unos hechos para que el lector juzgue de un modo crítico, se trata del respeto y del equilibro, de que la religión no es algo malo pero puede manipularse y crear situaciones como las que aquí se relatan.
Estamos ante un libro complejo y extraño que encierra grandes verdades al estilo de otras obras distópicas como Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, o 1984, de George Orwell. Tomada desde el recurso literario del manuscrito encontrado, como ya popularizó Cervantes en su época.
Sin embargo, lo más incisivo de esta historia es que se pone en tela de juicio qué significa ser mujer, qué connotaciones y realidades hay en ser mujer, un tema complicado con muchas percepciones que llevan por caminos distintos. Margaret Atwood dijo en una entrevista que no sabía si su obra era feminista, que lo era si se llegaba a una conclusión sustentada en la igualdad, y que no lo era si generaba odio y rechazo al que era distinto de nosotros, en el caso de las mujeres, a los hombres.
Quizás ese el punto importante del libro, la igualdad, el respeto, el entendimiento mutuo en una sociedad caníbal que no tolera el triunfo ajeno y en la que es muy difícil ser feliz. Mujeres que atacan a otras mujeres, no voy a meterme en el feminismo, todavía tengo que leer mucho al respecto, pero es innegable que sucede, el dolor, la rabia, los celos, la ignorancia… motivan crímenes terribles como son las ablaciones en el continente africano. Y para vencer estas terribles agresiones se necesita una lucha conjunta, al igual que en la violencia de género, uno puede conseguir cosas, uno más uno puede lograr más, una defensa que ejerce, por ejemplo, Emma Watson en su campaña HeForShe.
Una opinión que leo entre líneas de esta magnífica obra en la que se revisan valores como la maternidad, la feminidad, el amor, el sexo o la libertad en el contexto de las mujeres, porque primero somos personas con unos derechos innatos, después somos mujeres, se haya nacido o no siéndolo, que pelean por sus derechos como tales, y finalmente, feministas, quien quiera serlo o no.
El mundo está repleto de odio.
El respeto y el ser nosotros mismos son las únicas cosas que pueden llegar a hacernos libres.