El miércoles 15 de noviembre, el Taller de Lectura de la UAM pudo charlar con el escritor Antonio Ferres en la Editorial Gadir. Antonio Ferres Bugeda nació en Madrid en 1925, donde residió hasta 1964, fecha en que emigró, primero a Francia, luego a México y, por último, a Estados Unidos. En el exilio, ejerció como profesor de literatura española hasta su regreso a España, en 1976. El bautismo literario de Ferres se produjo en 1954, cuando fue galardonado con el Premio Sésamo. Con la publicación en 1959 de La piqueta, obtuvo un éxito inmediato, y desde ese momento fue considerado como uno de los principales exponentes del realismo social español. Sus novelas Al regreso del Boiras (1961) y Los vencidos (1962) fueron prohibidas en España, y publicadas en Venezuela e Italia, respectivamente. En 1964 recibió el Premio Ciudad de Barcelona por su novela Con las manos vacías y el Premio de Poesía Villa de Madrid en el 2000 por La inmensa llanura no creada. La primera parte de sus memorias aparece en 2002 bajo el título Memorias de un hombre perdido.
Javier Santillán: Propongo empezar hablando de La piqueta y que Antonio nos cuente un poco la génesis del libro.
Yo simplemente lo que quería hacer era un poco el testimonio de eso, de ese momento terrible, muy parecido a lo que habéis visto con los desahucios hoy en día. Lo hice con ese afán testimonial de narrar lo que está ocurriendo. Daros cuenta de que el héroe es un chico desenterrado de la Guerra; no tiene padres, ellos han muerto en un bombardeo, vive con los tíos. Tiene las características del héroe clásico, y la chica representa un poco la tierra, la vida.
Se hizo un homenaje a La piqueta en Orcasitas, por los 50 años. Usted es un héroe allí, ¿cómo recuerda ese día?
Cuando llegamos a Orcasitas había filas de gente para firmar; era impresionante. Ya digo, yo firme cientos, no había manera. Luego tengo una calle allí, claro, porque creen que soy un héroe, que cada uno lo vea como quiera, pero para ellos es eso y, para mí, pues simplemente era una cosa testimonial de ese momento.
La piqueta es un poco una voz que clama en el desierto, es un retrato sin edulcorar de la época. ¿Cómo vivió usted el franquismo?
El franquismo fue muy largo. Tú date cuenta de que la guerra llega en el 36, o sea, que hay zonas de España que desde el 36 de junio ya son parte de la dictadura, y fíjate que perdura hasta que muere Franco. Fue una dictadura terrible, muy larga. Además, no es lo mismo el franquismo de la primera época, cuando van ganando los alemanes, y Franco es un aliado, que el franquismo de la segunda época. En esta primera época, estaba Franco, Hitler, Mussolini, el portugués Oliveira Salazar y el sultán de Marruecos. Luego, claro, van quitando gente. Cuando Hitler pierde la guerra, todo cambia. Ponen base los americanos aquí. Cuando preguntan cómo era el franquismo, yo respondo que de mil maneras.
Si La piqueta en el año 58 se hubiese quedado en un cajón olvidada y la tuviera que rescatar ahora para publicarla, ¿cambiaría mucho la novela?
Si tuviera que publicarse ahora, sería muy diferente. No sé, yo de La piqueta no tocaría nada. La piqueta es producto de esa época.
Usted emigró a Francia en 1964, para más tarde trasladarse a México y Estados Unidos. ¿Cómo recuerda esa época de su vida?
Todos estábamos en la clandestinidad realmente, es que no había otra cosa entonces. Ya empiezan a prohibirme novelas y tengo otras novelas prohibidas que han salido por ahí fuera. En mis memorias, Memorias de un hombre perdido, cuento cómo la primera vez me fui de España por miedo, ya no aguantaba el miedo aquí. Aproveché y me largué a París, luego a Estados Unidos. Y cuando regresé a España, me volví a ir por hambre, porque cuando vine aquí no había manera de comer como no te hicieras sociata puro. Si tú no querías ser socialista, pues pasabas hambre, vivías de traducciones, y las traducciones no se pagaban como ahora. No había de dónde.
¿Podría recomendar tres o cuatro obras para leer que hayan sido fundamentales para usted?
Creo que nadie puede ser escritor si no ha leído La montaña mágica. También, de Faulkner hay que haber leído unos cuantos. Fíjate, qué curioso, Santuario lo leí yo en una colección que se llamaba “Hechos sociales”, antes de que Faulkner fuera Premio Nobel. Y la clasificaron como una novela de hechos sociales. Yo pensé “este tío te lleva a un sitio peor que la muerte”. Hay que haber leído esas; eran novelas que en mi época había que leer. O sea, Faulkner hay que leerlo. Aunque no solo a él, sino la retórica. Mira, yo me acuerdo en Estados Unidos con los chicos, ellos han leído a Faulkner, y se dan cuenta de cosas que no nos damos cuenta aquí. Por ejemplo, que (Gabriel García) Márquez ha leído a Faulkner y su retórica la introduce en sus obras. Yo recuerdo que leí un cuento de Márquez y pregunté, ¿a quién recuerda eso? Y la clase entera respondió Faulkner, y en España los chicos no se daban cuenta.
A raíz de La piqueta, en esa época en México y en Sudamérica se publicaban novelas muy importantes de inicios del realismo mágico. ¿Cómo fue su relación con Sudamérica, México y con la literatura de allí? ¿Cómo entendieron su literatura?
En la editorial Debate hay un libro mío en el que cuento esas cosas: lo que pasó en México y todo lo demás. Yo fui a México por Max Aub y siempre digo lo mismo: cuando vine aquí pensaba como Max Aub; es más, yo tengo una novela inédita, que me da miedo sacarla, que se llama La península perdida. En La península perdida, el protagonista es un exiliado español de este mundo terrible. En esta novela que no se si publicaré alguna vez –yo creo que no–, el personaje lee La gallina ciega y lo que deduce, más o menos, es la idea de “he venido, pero no he vuelto”. Leed La gallina ciega, una novela que hay que leer. En La gallina ciega, Max Aub habla de mí, como es natural. Yo era íntimo amigo de Max, le considero un poco como mi maestro. Yo me fui a México por Max Aub, porque un amigo mío, el gran cuentista José María de Quinto, se estaba carteando con él, y yo le envié una nota preguntando “oye, ¿se puede ir ahí? Y él me dijo “vente, que aquí no se muere nadie de hambre”, y llegué y me hice profesor de la Universidad de Veracruz y viví en México, y hay un cuento por aquí dedicado a mis amigos de México.
Usted es un gran escritor de cuentos, ¿puede mencionar algún cuento suyo al que tenga especial cariño?
Tengo cuentos muy antiguos, cuentos que he publicado en tiempos de Franco. Yo había publicado muchos cuentos en las revistas Destino y Madroño. Por aquel entonces había muchas revistas para publicar cuentos. Publiqué uno en Sábado Gráfico, que más tarde convirtieron en película; se titulaba “El camino”. Yo me acuerdo que salían premios de cuentos, ahora también los hay, pero entonces los premios servían para publicar los cuentos en revistas. Hay otro cuento por ahí que se llama “La esposa”, que también fue premiado por una editorial de Barcelona. Muchas veces me pregunto, ¿qué ha pasado en España con los cuentos? Ahora no hay dónde publicar cuentos. Tienes que hacer una colección entera y publicarlos; hay premios, sí, pero no hay como entonces; yo creo que había muchísimos más en tiempos de Franco.
Tras esta agradable conversación, pedimos a Antonio que nos lea el cuento que a él más le guste. Elige “El caballo y el hombre”. Una vez leído, la compañera de Antonio añade
Uno se pregunta si esto es un cuento o un poema. Cuando Antonio escribió este cuento, él estaba yendo al Corte Inglés. Me lo leyó cuando volvió; lo había escrito en el periódico, lo había pasado al ordenador y, según me lo estaba leyendo, el ordenador se apagó, y yo empecé a oír golpes. “¿Qué ha pasado?”, le pregunto, a lo que me contesta “se ha apagado el ordenador, se ha perdido el cuento”. Le digo “Antonio, eso no puede ser, haz lo que sea para recuperarlo, esto hay que publicarlo”. Era un cuento maravilloso. Felizmente lo recuperó y dimos el título a la antología que hicimos, El caballo del hombre y otros relatos.
Para dar por finalizada la tertulia, Pablo Nacach, en nombre del Taller de Lectura de la UAM y de los Clubes de Lectura La Necropia, agradece a Antonio, a Javier y a la compañera de Antonio el tiempo brindado. Hace entrega de un regalito, un buen libro argentino, un extraordinario libro argentino, El inglés de los güesos de Benito Lynch, firmado por los chicos y chicas del Taller. Antonio Ferres nos dedica una sonrisa de agradecimiento que, a buen seguro, guardaremos, junto con sus palabras y La piqueta, en el cajón de cosas que no se olvidan.
Gabi y Cris