«Remedios búlgaros para la psicopatía» es una colección de relatos de ficción inclasificable escrito por el inclasificable Alexander Drexler e ilustrado por Alicia Arenas, Virginia López, Emma de Lucas y Lucía Yubero.
En pocas páginas (y a veces en el espacio de meras palabras) el lector se ve transportado a situaciones psicodélicas, estrafalarias, crueles, trágicas, cómicas y todo lo que resta del espectro de la emoción humana. Leerlo es vivirlo.
Si estas palabras no han logrado generar interés, seguro que lo harán las de Enrique VIII de Inglaterra, estrella invitada del prólogo:
Cuando Mr. Drexler se presentó en mi residencia de Hampton Court, hará tres meses, solicitando mi ayuda para la redacción de este prólogo, me quedé estupefacto.
Lo primero que pensé fue: ¿quién se cree que es este mequetrefe para publicar un libro, cuando no pertenece a la nobleza o al clero? Debería mandarlo decapitar de inmediato.
Pero cinco siglos de existencia ultraterrena, sumados a la bondad que siempre me ha caracterizado (salvo, quizá, la dispensada a mis seis esposas), me ayudaron a calmarme y a reflexionar.
Así, pues, decidí leerme el libro y, mientras tanto, mantener a su autor encerrado en una celda.
Cuál no fue mi sorpresa al descubrir, una vez finalizada la lectura, que mi mandíbula se hallaba desencajada y mis mejillas horadadas por unos profundos surcos fruto de las lágrimas. Las historias contenidas en Remedios búlgaros para la psicopatía me habían impactado, y las vivencias de los personajes que las protagonizaban me recordaron tanto a mis propias experiencias, hace tiempo sepultadas en el olvido, que no pude por menos de emocionarme. Los pobres Popó y su primo Yupanqui, habitantes de la selva a-masónica; el pueblerino Grumo y su dura vida medieval; la esclava eslava Esclava y su hijito negro; los abnegados estudiantes Richie y Topónimo, ciudadanos de pleno derecho de una sociedad abusadora… Al instante los sentí como amigos de la
infancia, como cofrades hermanos, y un deseo irrefrenable de querer estar más cerca de ellos me invadió por completo.
Es por eso que resolví liberar a Mr. Drexler de su cautiverio y, estrechándolo calurosamente entre mis brazos, le prometí escribir este simple pero auténtico exordio.
Enrique VIII de Inglaterra