La mayoría de juguetes de mi infancia pasaron por ella sin pena ni gloria. Por mucho que lo intente, no recuerdo nada que me una de forma especial a alguno de ellos. Y eso que tuve juguetes de todo tipo. Innumerables muñecas y peluches, una cocinita, un carrito de limpieza, una caja registradora, una pizarra magnética, un kit de peluquería, algún que otro videojuego… Y podría seguir la enumeración, pero no es relevante para lo que aquí quiero expresar.
A algunos de mis peluches no les he perdido del todo la pista ya que los heredaron mis primos más pequeños, pero realmente, la mayoría de esas cosas con las que jugué ahora estarán repartidas entre algún vertedero o si han tenido suerte, entre las casas de otras niñas a las que ni siquiera conozco.
Pienso si tal vez, en unos años, rebuscando entre alguna caja en el trastero, me toparé de frente con algún objeto especial que me hará desbloquear un recuerdo oculto. Pero dudo que algo parecido pudiera emocionarme como lo hizo la caja metálica del antiguo inquilino de la casa donde vivía Amelie.
Cuando un adulto Bretodeau se topa con esa colección que solo vivía en el olvido destapa un mundo que parece volver a existir. En la caja hay un pequeño ciclista, varios coches, algunas canicas, lo que podrían ser cajas de caramelos y una foto en blanco y negro de un jugador de futbol de la época. Su emoción al reconocerlo todo le da la vuelta a su vida que ya no es la del niño que contempla el tiempo como una eternidad.
(Aquí la escena https://www.youtube.com/watch?v=b7H6wouSFXM )
En mi caso, pasaron tantas cosas por mis manos que no sería capaz de identificar este tiempo con ninguna en concreto. Sin embargo, la nostalgia me acompaña prácticamente cada día. De hecho, la vivo con mucha intensidad y me siento constantemente apegada al pasado. Podría decirse que una gran parte de culpa la tiene la facilidad que he tenido siempre para acceder a una enorme cantidad de recuerdos de mi propia vida en forma de evidencia gráfica. Y es que desde que nací, mis padres comenzaron a fotografiar y grabar momentos que luego irían articulando para mi un relato de lo que soy.
No puedo evitar que cuando ponemos esas cintas se me haga un nudo en el pecho y llore con angustia. Mi pelo rizado y mis grandes y expresivos ojos acompañan a la protagonista en escena, que casi siempre es mi voz. Desde bien pequeña me pasaba el día hablando, cantando, recitando, inventándome historias, lecciones o castigos… y ser hija única nunca fue un impedimento para mi conversación.
Haber tenido tantas pruebas de mi propia vida me ha hecho recrearme constantemente en un espacio y un tiempo que ya murió y con el que, aunque nunca se despegue, ya poco tengo que ver.