Críticas filosóficas/Críticas literarias/Filosofía

Venas y sangre (por Almu)

Reseña Crítica de Crónica Jonda de Silvia Cruz Lapeña

“Soy un paisaje; mis padres, el mar y el campo”.

Silvia Pérez Cruz.

Para que el corazón lata, a veces hay que echarle más venas que sangre. Sucede de manera parecida con el flamenco, lo sientes por dentro y así pasa, será porque somos españoles o tenemos buen oído, pero el taconeo o las palmas van intrínsecas en nuestra forma de ser, hasta en la persona que más pueda odiar esta música y este estilo de vida, o el modo de vivirla, hasta esa mismísima persona que lo negará después, por supuesto, se dejará llevar por el sentimiento y la emoción.

Silvia Cruz Lapeña y su Crónica Jonda transportan de nuevo a la infancia mediante unos artículos y unos textos en la prosa de la mejor calidad, sentida y sincera, clara como el agua y muy sonora, señal de que el río no anda vacío cuando del cante jondo y la pasión de Paco de Lucía y Camarón se habla. Silencio en la sala, así es como debería leerse este magnífico libro que hace descubrir un género que se conocía de pasada pero invita a quedarse, quizás más la autora, que convence mediante sus palabras.

Sus hojas están manchadas con la esencia de la escritora, una mujer a caballo entre la tierra de Lorca y el mar de El Quijote y Sancho Panza, Córdoba y Barcelona, de punta a punta y tiro porque me toca, porque ella narra con facilidad los componentes forjados a fuego en su personalidad única. Trata el cante jondo pero también emplea la crítica más poética y cierta para referirse a un país que no escucha, a sus hechos, a sus carencias y a los tributos que todavía disfruta. Estas páginas son melancolía, muerte y política, armonía para los ojos y los oídos. No se puede elegir un solo texto, son demasiado hermosos todos, al igual que el ejemplar que los reúne y ocupa, una propuesta muy acertada de la editorial independiente Libros del K.O.

Lo que más gusta de este libro de tapas azules, como las venas que nos surcan, es la identificación con sus historias para hacerlas propias, como si se hubieran vivido en otra vida y ya no se recordaran, para que alguien viniera y te las contara junto al rasgueo de una guitarra. De este modo, nuestra generación se ve en un mundo distinto pero parecido, aquel perteneciente más a la canción de autor y se desarrolla en bares de Chueca, Lavapiés y Malasaña, con artistas que quitan el hipo y saltan las lágrimas, como tantos cantaores y cantaoras desconocidos al público general por los prejuicios de esta tierra dividida, siendo más renombrados fuera que dentro de sus hogares.

Y es triste, pero también bonito, como el violín de cualquier canción de Mayte Martín, el olvido hecho melodía, la voz que escucho mientras escribo estas líneas que revelan realidades.

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