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«Las grandes urbes y la vida del espíritu», de Georg Simmel (por Julio)

¿En qué momento dejamos atrás el «nos vemos en el mismo puente de siempre, al alba» y comenzó a decirse «no me viene bien a las seis, mejor a las siete y media»? Casi podemos sentir que la segunda de las expresiones la compartimos al menos una vez a la semana para saber que no hemos perdido la cordura. ¿Y qué es nuestra cordura sin la demostración de que estamos en una fracción de tiempo? La vida urbana expresa esta condición en términos exponenciales, dividiendo y calculando con precisión cada uno de nuestros gestos, aromas y particularidades.

Citando a Bauman (que me perdone Pablo por ello) y siguiendo la línea de Georg Simmel, la distancia ahora es un impedimento incómodo, se interpone entre nuestra presencia y esa fracción de tiempo. Para el sociólogo polaco, la distancia ya no denota proximidad en las urbes; para ambos, el individuo provoca la subsistencia de su forma a la par que se reserva frente a los demás de manera efectiva e intacta. Es la máxima de Zygmunt que condensa de una forma maravillosa: «Es habitual definir las ciudades como lugares donde los desconocidos se encuentran, permanecen en mutua proximidad e interactúan durante largo tiempo sin dejar por eso de ser desconocidos».

Simmel también se adelanta con firmeza a la globalización y a las grandes metrópolis que hoy admiramos en silencio, con sus complejos rascacielos y firmas comerciales que se postulan como los imperios actuales. Para él, no hay algo más característico de una ciudad que el hombre hastiado, por su incapacidad para reaccionar a diversas excitaciones. Esta realidad se ha encontrado agitada últimamente con la absoluta digitalización de las relaciones. Francisco Berardi «Bifo» traslada el blasé de Simmel a la pantalla y al espectáculo, donde la enfermedad imperante ya no viene de la peste, sino que brota desde nuestras psiques: toma el nombre de ansiedad.

La realidad urbana se ha desplazado en detrimento de una realidad más prometedora, la feliz y virtual de la revolución farmacológica y digital. El vendedor que genera necesidades nunca antes exploradas en el mercado ahora se sitúa en el corazón de nuestro sistema nervioso, la sangre que bombea es semiótica y la división de trabajo ya no se rige bajo definiciones tradicionales de alienación. Si para Simmel la personalidad se fragmenta por todos los factores mencionados anteriormente, para pensadores actuales el panorama es más desesperanzador: la hegemonía dominante no se nos impone, sino que la creamos con nuestra energía, la cuidamos con nuestro manto y la alimentamos con las fuerzas de nuestros allegados.

La libertad se quita el velo y se muestra orgullosa como emperatriz, y ya no hablamos de hombre blasé, sino de mujeres y hombres precarios, desorientados y multitudinarios. Lo afirmaba ya Walt Whitman:

Do I contradict myself?

Very well then I contradict myself, (I am large, I contain multitudes.) 

Julio Hu Chen

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